El encierro como respuesta a la ciudad
Una constante del recorrido es la necesidad de la gente por protegerse del exterior, visto desde los metros cuadrados privados de su casa. Existe un afán por delimitar y sobre todo, por protegerse de la calle, de encerrarse bajo rejas, portones, sistemas de alarma y alambres de púa buscando seguridad y privacidad, convirtiendo el exterior en tierra de nadie. Podemos asociar esta tendencia al creciente miedo a actos delictuales (o por lo menos eso nos vende el medio periodístico masivo). Paradójicamente la ciudad como conjunto se compone de pequeños espacios privados, cada uno con su propio mundo, cada uno de estos mundos queriendo protegerse de los demás. Entonces vemos que en nuestra deriva urbana las trincheras están por doquier, connotando la peligrosidad de los barrios, o el miedo patente de los moradores a robos, quienes también dan un mensaje claro: estamos bien resguardados.
Esta señal de cómo la gente o las familias se ensimisman, comprueban la perdida del barrio como conjunto colectivo y ente social, confirmando una individualidad en el afrontar problemas comunes como la delincuencia, encerrándose y velando por el bienestar dentro del territorio familiar.
La protección del lugar físico no solo se vio en casas particulares, sino en sitios eriazos, fábricas, edificios. Todo lo concerniente al lo privado, en incluso lo público, como las plazas, se llenan de rejas, de barreras físicas que impiden el paso.
Las rejas son como las defensas, los anticuerpos de la ciudad. Es una sobre-prohibición del paso que llega a tornarse agresiva. En la calle circula lo malo, lo ajeno, aquello de lo que hay que protegerse. La calle ya no es mas el amigo en el que creces.
Fotos de la Instalación: Foto 1 Foto 2 Foto 3 Foto 4 Foto 5 Foto 6